Allá por el año 60 a.c., el escritor, científico, naturalista y militar latino Gayo Plinio Segundo, más conocido como Plinio el Viejo, pronunció esa frase que sirve como título para este post: In vino veritas. Y no iba nada desencaminado el bueno de Plinio porque, efectivamente, en el vino está la verdad.

No ha existido ni existirá un líquido ante el cual las personas destapan su sapiencia, sus vergüenzas, sus complejos, su humildad, su saber estar, su naturalidad; en definitiva, su auténtico ser y ese líquido mágico no es otro que el vino.

Efectivamente, cuando un grupo de personas se reunen por motivos de trabajo o amistad, la cerveza o la ginebra no ejercen ese influjo que sí ejerce el vino. Imaginemos ese momento en el que llega el camarero y nos pregunta si vamos a tomar vino. En ese justo momento comienza el ritual, comienzan a aparecer las distintas personalidades. ¿Qué vino desean?, nos cuestionan, y todos comenzamos a mirarnos. ¿Quién lo elige? Nadie da el paso hasta que uno de los comensales solicita con firmeza la carta de vinos y elige uno de ellos. Los demás lo miran, algunos como a un bicho raro.

El verdadero entendido es humilde, no alardea de sus conocimientos por temor a ofender a ese amigo que es un saco de complejos en el que aflora esa animadversión hacia el entendido. Esto no sucede si el entendido diserta sobre coches o sobre la pesca, no, sólo sucede con el vino. Es muy curioso. Y en ese ámbito nos podemos encontrar al "enterao" que da vueltas a la copa, huele con los ojos cerrados, lo prueba y lo aprueba, pero realmente no sería capaz de descubrir si es un Rioja o un Ribera. Esto es una realidad. Igualmente, nos encontramos con el sincero, ese al que le dan a probar primero el vino y dice: "Sirva, sirva, seguro que está muy bueno. Total, yo no tengo ni idea de vinos". Al sincero le da pánico y un pudor enorme realizar el más mínimo gesto relativo a entender del tema y por eso brota de manera radical su sinceridad.

Pues estas situaciones sólo el vino es capaz de generarlas. De hecho, hasta qué punto llega el influjo de nuestra mágica bebida, que por ejemplo, Heterodoto dejó plasmado en sus escritos que los Persas, no tomaban decisiones importantes si no estaban embriagados tras beber vino durante un buen rato, porque en ese momento era cuando las opiniones eran realmente sinceras. Por su parte, el historiador Tácito describió como los pueblos germánicos tenían por costumbre beber durante los consejos, pues consideraban que en estado de embriaguez, nadie podría mentir, efectivamente.

Quizás por esto que comentamos, y es lo que ha inspirado este post, hay una nueva práctica que se va extendiendo entre las empresas de recursos humanos norteamericanas a la hora de seleccionar a un candidato para un determinado puesto de trabajo. La técnica consiste en llevar a comer a los candidatos y observarles detenidamente a partir del momento en que comienza el ritual del vino. Las distintas reacciones de los candidatos en ese momento ofrecen mucha información a los técnicos en recursos humanos de cara a conocer realmente al candidato. Y es que, como dijo Plinio el Viejo, en el vino está la verdad y el ser humano queda desarmado del posible papel que puede representar durante una entrevista. Ante el vino se puede detectar una fuerte personalidad, un carácter sincero, humilde. Se puede comprobar la capacidad de liderazgo o si por el contrario podrías ser un jefe tirano. Se puede percibir el buen gusto, la elegancia, el saber estar. En definitiva, todo un amplio espectro de la condición humana que desnuda al candidato y le hace mostrarse al natural, sin filtro. 

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