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Salinos, de gran tipicidad y con una boca diferente que les augura un buen camino en los paladares peninsulares, los vinos de Gran Canaria resultan sorprendentes pero difíciles de encontrar. La restauración y hostelería grancanaria parece empeñada en seguir ignorando estas elaboraciones, con cartas clásicas donde no se encuentran apenas referencias más allá de Riojas y Ribera del Duero. La producción vitivinícola en la isla sigue siendo pequeña, muy anclada a las producciones familiares vinculadas al autoconsumo y con una exportación prácticamente testimonial.
Según datos del Consejo Regulador de la Denominación de Origen Gran Canaria - surgido en 2006 de la unión de las dos denominaciones de origen existentes en la isla, D.O. Monte Lentiscal, que abarcaba la zona vinícola de Tafira-Monte Lentiscal, y D.O. Gran Canaria, que amparaba vinos originarios del resto de la isla-, en 2014 se controló un total de 492.000 kg de uvas, de los que 352.000 kg. fueron de variedades tintas y 139.000 kg. de blancas siendo el listán negro, la tintilla y el vijariego negro algunas de las variedades más empleadas en tintas mientras que la malvasía, listán blanco y albillo fueron las predominantes dentro de las variedades blancas. Como peculiaridad cabe destacar que la D.O Gran Canaria es la única de las denominaciones de origen insulares que solo admite uvas autóctonas, el resto de las variedades que también se plantan y se emplean en la elaboraciones de vinos en la isla, no está amparadas, lo que ha ocasionado no pocas tiranteces entre viticultores y consejo regulador, al igual que la falta de concreción en las formas de plantación autorizadas.
De las 70 bodegas adscritas actualmente en el Consejo Regulador, apenas 30 están activas y de ellas, la mayoría se sitúa en la franja de producción de menos de 25.000 kilos, con apenas dos o tres excepciones con Las Tirajanas SAT al frente. Sin embargo, la aparición de tiendas gourmets como Manjares Isleños, en Teror, la apertura de guachinches o establecimientos en los que se vende el excedente del vino, y la demanda de más información y de enoturismo por parte de los turistas, especialmente de los procedentes del norte, parecen impulsar una tímida evolución hacia la puesta en valor del vino de Gran Canarias, que se halla inmerso en la renovación de su imagen corporativa, con un cambio además de web, adaptada a las actuales necesidades. Sin embargo, son bastantes los cambios que habrán de acometer en el enoturismo, que aún está en pañales. Especialmente decepcionante resulta la visita a la Casa del Vino de Santa Brígida, sede también del Consejo Regulador, donde el enoturista apenas encontrará información específica de vinotecas o enoturismo, más allá del restaurante y la tienda.
Café, vino y naranjas
“Muchos canarios no tienen ni idea de que en este valle producimos vino o café”, explica el responsable de la bodega Los Berrazales, Víctor Lugo, orgullosa quinta generación de bodegueros que ha sabido convertir la tierra de Tamabada, en el valle de Agaete, en una finca, conocida como La Laja, en continua producción, comunión y equilibrio con el entorno. “En invierno tenemos naranjas, en primavera café, en verano llega la vendimia nocturna, que hacemos de noche porque las temperaturas diurnas alcanzan los 45º, y en otoño elaboramos el vino”, dice el bodeguero, que explica que la vides están emparradas, en alturas de entre metro y medio y dos metros, para favorecer la ventilación y evitar las plagas.
Moscatel, tintilla, malvasía pero también variedades importadas. En Los Berrazales encontramos hasta 50 variedades diferentes, tintas y blancas, ya que se elaboran vinos blancos secos y semisecos, rosados, tintos, tinto barrica y dulce, aunque “estamos trabajando también con crianzas en barrica y ediciones especiales, lo que nos interesa es obtener vinos muy aromáticos, frutales y de gran calidad”, nos explica este entusiasta bodeguero cuya familia está totalmente implicada en torno al trabajo en la finca, cuidando hasta el último detalle: desde el embotellado hasta la atención al enoturista.
En la finca prevalecen las variedades blancas, mejor adaptadas a las diferencias de temperatura y al riego, necesario para evitar el estrés hídrico que sufren las plantas en este valle volcánico situado casi al nivel del mar, pero a buen recaudo de los vientos. Con una producción de 40.000 botellas, la mayoría de seco y semiseco, apenas necesita comercializar fuera de la finca, lo que no significa que Víctor Lugo no se preocupe por la imagen o el reconocimiento de sus elaboraciones. Llama la atención su gran entusiasmo a la hora de presentar sus vinos a concursos, preocuparse porque se conozcan y elaborar vinos nuevos, mejorar los existentes y apostar año a año por crear los mejores vinos canarios. Una excelencia que ya avalan los premios Bacchus y de la Guía Peñín que ya ha conseguido.
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